jueves, 20 de diciembre de 2018

SOY


Soy mariposa que atrapa los instantes con mi sutil vuelo.

Soy el amanecer de un verso, voz crepitando en mi interior.

Soy blanca y etérea como una página en la que todo está por escribir.

Soy la melodía que abriga mis pensamientos más profundos.

Soy aquello que nace de la ilusión y dibuja una sonrisa.

Soy piel de amor, atardecer a la deriva.

Coral González

domingo, 9 de diciembre de 2018

MORANDO EN SU OLVIDO



Es una habitación con vistas a un jardín que se transforma al ritmo de las estaciones. Un lugar en el que transcurre la vida y en el que mueren los sueños; en el que moran rostros alegres combinándose con otros apagados, otorgando a la escena una pincelada esperpéntica.

María, como cada tarde, acude a la residencia para verla, aunque hace tiempo que ya no trabaja allí. Recorre, despacio, la distancia que separa el vestíbulo del sillón en el que ella está sentada. No quiere delatar su presencia. Le gusta sorprenderla cuando ella está mirando ese cuadro que, siempre, la mantiene abstraída porque ve ese paisaje dibujado en sus pupilas. Desde atrás, la envuelve con sus brazos y la besa en las mejillas. Ella se tensa al principio, pero su rostro transforma esa incertidumbre en paz, agranda los ojos y sonríe. Se sienta frente a ella, le toma las manos y dialogando en silencios, disfrutan de esos momentos.

Esther, judía, fue deportada a un campo de concentración nazi, en el que permaneció hasta la finalización de la II GM. Estuvo en múltiples ocasiones a las puertas de la cámara de gas. Vio como su familia desaparecía. Se fue quedando sola invadida de fantasmas, que anidaron entre sus huesos y su piel. Se casó con un periodista americano con quien tuvo dos hijos, y vivió en Nueva York y Madrid. Toda su vida fue una incansable carrera de obstáculos en la búsqueda de algo que diera sentido a su existencia. Sus hijos la internaron en la residencia, no podían atenderla, y aunque les resultaba doloroso que ella los hubiese borrado de su memoria, la seguían visitando asiduamente. Estas fueron las palabras que María, como médico geriátrico en prácticas, leyó en el informe.

Dejarla allí, sola, en su mundo inexplorable, era lo que más le dolió. Antes de recoger sus pertenencias, descolgó el cuadro de la pared de su despacho, el mismo que sacaba a Esther de su letargo. Y supo que cada tarde, al tomarla de las manos, entrarían juntas en esa habitación con vistas a un jardín.

Coral González